24 DE MARZO DE 1808

Fernando VIIhace su entrada triunfal en Madrid


El 24 de marzo de 1808 Fernando VII entraba triunfalmente en Madrid como Rey de España. Su padre Carlos IV acababa de abdicar en penosas circunstancias y el joven Fernando se aferraba al trono con la esperanza de recibir el beneplácito de Napoleón. Todo había surgido del «partido fernandino», que alimentaba en el príncipe Fernando el odio que una parte de la aristocracia le tenía a Godoy, el hombre fuerte de Carlos IV, que llegó a sustituir al monarca incluso en la alcoba. Los hechos se precipitaron cuando el Rey concedió a Godoy el título de Alteza Serenísima y Fernando, que temía por su herencia, se prestó al complot. Godoy, que tenía excelentes informadores, descubrió en el cuarto del monarca el epicentro de la llamada Conjura de El Escorial, que pretendía derribar al monarca y coronar al príncipe. Carlos IV perdonó a Fernando, que tuvo que humillarse, pedir perdón y delatar a los suyos, aunque curiosamente salió reforzado del envite. Los detractores de Carlos IV y su valido eran tantos y la situación del país tan caótica, que la ocasión se volvería a presentar, esta vez en el llamado Motín de Aranjuez. Godoy era por fin depuesto y el Rey forzado a abdicar.
     Fernando VII, el rey ambicioso, el felón, el ladino, gozaba fugazmente de las mieles del triunfo. A lomos de un caballo blanco entraba en Madrid por la Puerta de Atocha entre vítores y guirnaldas. Aún no era «El Deseado», pero el pueblo de Madrid ya le aclamaba. El Rey era un hombre corpulento, de mirada incómoda y algo aviesa, guasón y chabacano, generoso en las dádivas y populista, muy populista, encantado de rodearse de su pueblo y sentirse cercano. De tener más fuerte voluntad o haberle tocado un tiempo más agradecido, hubiera pasado a la historia como un rey querido, pero enfrente tenía nada menos que a Napoleón, y así no iba a tener arrestos para reinar. Las tropas de Napoleón habían ocupado España, en principio de paso, para hacer la guerra en Portugal, pero el hecho es que estaban por todas partes. Fernando y su padre fueron reclamados por Napoleón en Bayona. Ninguno regresaría. Lo haría José Bonaparte, el «hermanísimo», don Pepe Botella para el ingenio popular. Fernando VII había consumado la doble traición, primero a su padre, luego a su pueblo. Mientras él abdicaba con vergüenza, el pueblo clamaba por su vuelta y por él se dejaba la sangre en las calles de Madrid y en los prados de Bailén.


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Pedro García Luaces

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